Yo estudié con David Manotas Char pero me tomó unos días caer en cuenta, porque en tiempos del colegio se llamaba Billy.
Recuerdo la primera vez que oí su nombre: Billy, Billy Manotas. No podía parar de reírme porque era un nombre chistoso, inusual para la Barranquilla de esa época (y para la de ahora también). Luego me vine para Bogotá y creí perderle el rastro, cuando la verdad era que él también se había mudado para acá con su familia y vivía a dos cuadras de mi casa. Una vez lo vi saliendo de la suya, a lo lejos, y nos alzamos la mano por cortesía, sin acercarnos ni cruzar palabra, porque la verdad es que nunca fuimos amigos. Esa fue la última vez que vi a Billy.
Al que vi la semana pasada en la prensa, David Emanuel, era otra cosa. Imposible saber cómo pasa uno de ser el Billy del colegio, noble en apariencia, incluso huevón, activo académicamente, amigo de los profesores, siempre listo para participar en cualquier actividad cultural del colegio de esas que son tan aburridas, a cambiarse el nombre, parecer un discípulo de Cristo, consumir droga y alcohol, acosar a vecinos y porteros y terminar apuñalando y tirando a alguien por el balcón de su apartamento.
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