jueves, 16 de enero de 2014

Llegué a Bogotá

Volví a Bogotá luego de las vacaciones y estoy que me chiflo. Digo, es mi casa porque aunque nací en Barranquilla acá me he hecho (a las patadas). Acá como y tengo amigos (conocidos más bien). Acá me quiero quedar hasta que mi cuerpo aguante y luego largarme para siempre a ese roto destapado que es la capital del Atlántico. Lo bueno de Bogotá es que aunque no produzca nada (solo Presidentes de la República), les da oportunidades a los que llegamos de afuera porque es la única ciudad de Colombia.

Y lo de ciudad es una figura decorativa, porque esta vaina es en realidad un pueblo, y no me refiero a sus trancones y sus calles rotas, a sus taxímetros adulterados ni a sus precios inflados en restaurantes y finca raíz. Hablo de su gente. Bogotá es unipensamiento, llena de reprimidos que se creen de mundo pero que en realidad son bien provincianos. Católicos conservadores defensores de la familia, la tradición y la propiedad. Y aunque tiene 7 millones de habitantes, se mueve por pequeñas castas donde las mismos cuatro gatos se rotan unos con otros. 

Son tan atrasados que cuando alguien llega a un restaurante estrato seis muchos voltean a ver quién entró; eso es subdesarrollo. Yo en esta ciudad he visto gente de 60 años preguntarle a otra de qué colegio se graduó, solo para poder referenciarla y saber cómo tratarla.