El mundo está lleno de cosas y la mitad de ellas no sirven para nada. La última vez que me cambié de casa boté once bolsas de basura de tamaño industrial con objetos que había guardado durante cinco años. Uno vive guardando cosas por si algún día las necesita y resulta que ese día nunca llega. Entre lo desechado había recibos, papeles varios, colecciones de revistas que nunca leí, anuarios, libretas de teléfonos y bolígrafos con la tinta seca. Imagine usted once bolsas de 100 x 80 cms llenas de chucherías.
Pero no me refiero a chucherías cuando digo que el mundo está lleno de cosas inútiles. Al revés, hablo de elementos que vemos a diario, objetos que estaban destinados a cambiar el curso de la historia y no quedaron en nada. Empiezo con el CD, tremenda invención. Parecía perfecto porque era más funcional, pequeño y resistente que el disco de vinilo y el casete, pero llegó la música digital y se lo llevó por delante, de vainas alcanzó a estar dos décadas en el mercado. ¿Quién guarda hoy en casa 500 discos compactos cuando puede tener un iPod? (que ya está de salida también por culpa de tanto iPhone y tanto iPad). No me crean a mí, créanle a todas las tiendas de Tower Records que cerraron en un suspiro.
Claro que el CD es la excepción, ya que nos vivimos inventando cada cosa. El 3D, por ejemplo, qué invento inútil, pensado más en descrestar bobos que en otra cosa, por eso nunca ha pegado ni en cine ni en televisión. ¿Quieres ver objetos tridimensionales? Sal a la calle y pégale una ojeada a la vida real. Es más barato y no te ves como un idiota con esas gafas que parece que se las hubieras robado a Karl Lagerfeld. Otra invención improductiva: las Google Glass. Primero, se ve uno muy corroncho con eso puesto. Segundo, las funciones que tiene se pueden suplir de mil maneras: un celular, una cámara, un computador, un mapa, un libro o simplemente preguntando, que es el mejor GPS que existe.
Las cosas sobran porque están mal hechas. El control del televisor es una maravilla, pero uno no usa más de cinco botones: el ON/OFF, el de cambiar el canal, el de subir o bajar el volumen y el de volver al último canal que estaba viendo. Tengo a mi lado el control del decodificador del tv cable y viene con 55 botones, todo un desperdicio de espacio, materiales e ingenio.
Hay un capítulo de ‘Seinfeld’ donde George Costanza dice que de todos los inventos del mundo, el papel higiénico es el único que nunca va a cambiar: siempre va a ser un rollo con equis cantidad de metros envuelto en un tubo hueco de cartón. Yo pensaba que era así porque soy fanático de la serie (dejó de hacerse en 1998 y aún hoy es lo mejor que dan en televisión) y porque Costanza es un genio, pero el otro día estuve en el supermercado y vi un rollo que tumbó su teoría por completo.
Se trata de un triple hoja que en vez de tener el tubo de cartón hueco aprovecha ese espacio para almacenar unos metros extras de papel. Me pareció tan brillante y a la vez tan obvio que es increíble que no se le hubiera ocurrido a nadie antes. Es perfecto porque las mujeres podrán ser grandes consumidoras de papel higiénico, pañitos húmedos, pañuelos desechables y similares, lo que garantiza que en sus casas y carteras nunca falte, pero uno de hombre compra papel es cuando se le acaba, y por cuestiones de Ley de Murphy se da uno cuenta ya en el inodoro.
El producto se llama Elite Dúo, lo que es chistoso porque los productores de papel higiénico siempre se han esforzado en ponerle nombres ampulosos a un producto que lo que sirve es para limpiarse el culo: Ultra Gold, Super Soft, Extra Care, Elegante Plus. Pero bueno, el tema es que el minirollo cabe en cualquier lado y no tiene cara de papel higiénico, lo que es perfecto porque uno no se boletea.
Hace siglos, la gente se limpiaba con hojas de lechuga, calcule usted, así que es mucho lo que se ha avanzado en el tema. Fueron los chinos, en el siglo II Antes de Cristo o algo así, los primeros que pensaron que al asunto se le podía meter algo de decencia usando papel. Parece mentira, pero mientras la tecnología del papel higiénico va en alza, los chinos, que se inventaron la brújula, la pólvora, la porcelana, la seda, el papel y la imprenta, ya no inventan nada sino que copian a menor precio los objetos inútiles que nos craneamos en occidente.
Publicada en la edición de marzo de la revista Enter. www.enter.co