Somos un país sin humor que creció viendo Sábados Felices. Muy bueno sí era porque hacía giras por los pueblos de Colombia con su equipo de fútbol y tenía una campaña llamada ‘Lleva una escuelita en tu corazón’, pero salvo ‘Los roquetas’ y la sección de Tontoniel, ese programa no le arrancaba una risa a nadie.
Crecimos con los cuentachistes, que era una cosa muy triste porque el chiste es el último recurso de la retórica: se echa uno cuando no se tiene nada más que decir. Acá seguimos creyendo que son chistosas las historias que empiezan con “Mamá, mamá, en el colegio me dicen…”. Un tipo que vivió del humor como Andy Kaufman decía que él nunca en su vida había contado un chiste, y esa es la clave: para ser chistoso hay que no echar chistes.
No tenemos humor. Para empezar, no sabemos reírnos de nosotros mismos. Acá todo es solemne, grave e importante. Cuando Alejandra Azcárate sacó un artículo sobre las gordas se le fueron encima y la tacharon de ofensiva. Claro, ofensiva contra el sentido del humor, no contra las gordas, que nada, ni la vida misma, es sagrado y todo es susceptible de ser chistoso si se le encuentra la curva. Alejandra Azcárate no es chistosa, pero eso usted ya lo sabía.
Vea usted una cosa como ‘La Tele’, que se acabó hace casi 20 años y todavía no ha salido nada de su calibre porque acá no damos. El otro día vi ‘Comediantes de la noche’ y lo quité cuando el tipo que se presentaba dijo que se sentía “como aguacate en ensalada de fruta" y el público se dobló de la risa. Eso somos.
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