La semana pasada hubo júbilo porque a los colombianos nos van a quitar la visa Schengen y no entiende uno por qué. No está mal que eso pase, pero no es un gran cambio. Digo, lo que eliminaron fue la visa de turismo para estar hasta por 90 días consecutivos en los 28 países de la Comunidad Europea. Es decir, estamos felices porque nos ahorraron doscientos mil pesos, una montaña de papeles y una mañana de fila. Además, ¿cuántos colombianos pueden ir de paseo a Europa?
Yo digo que Europa se equivocó y por mucho (523 votos a favor, 41 en contra), pero allá ellos. No contentos con la Peste Negra y dos guerras mundiales, ahora nos abren las puertas a los nacionales.
Virtud del Presidente, seguramente, que se volvió un abanderado de la causa. Claro, Santos nació en Colombia pero no es colombiano, al menos no del promedio; ni él ni su familia. El colombiano promedio en cambio es una cosa muy brava: cálido y bacán, pero artero cuando se lo propone. Tantos años de comemierdería han hecho que ante cualquier dosis de libertad perdamos los cabales.
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