Caracol y RCN están buscando plata extra, por eso bajaron sus señales HD de las compañías operadoras de cable. Y resulta lógico, es tanto el dinero que le han metido a embrutecernos con novelas, realities y noticieros que ahora quieren su inversión de vuelta.
Yo no los critico, los entiendo, encima porque no hay nada que entender: detrás de toda decisión ilógica o arbitraria hay siempre razones de dinero o poder. Además, nadie se va a morir por no ver a Jota Mario Valencia en HD, que ya es suficiente con aguantárselo en la señal análoga. Además, si uno mira bien, las señales HD de los canales privados no es que sean tan HD. La definición es ahí y suelen ponerle a ambos lados unas barras verticales que cortan la imagen.
Los que pierden son Caracol y RCN, nadie los va a llorar. Así perdió en su día DirecTV cuando compró el fútbol colombiano por una millonada, pensando que los suscriptores iban a abandonar la competencia en desbandada. Cuando el producto que se tiene para la venta no es bueno, puede uno hacer como mico, que los resultados no serán los esperados.
Rara la televisión. O raras las personas, más bien, que nos volvemos adictas a lo que nos perjudica. Yo vivo pegado al televisor, pero no por RCN ni Caracol. Y sé que me hace daño porque cada día soy más idiota, pero no puedo hacer nada para remediarlo. Vivo en un apartamento de dos ambientes y tengo dos aparatos y tres conexiones al cable porque en algún momento puse dos televisores juntos para ver dos partidos de fútbol en simultánea. No estoy orgulloso de ello, lo digo con vergüenza más bien porque la verdad quisiera ser un hombre de lectura.
De niño mi madre me compraba libros con ilustraciones para que me entretuviera y me culturizara, y no me dejaba tener televisión en el cuarto. Debí ser un lector voraz, pero algo se torció en el camino porque de leer a los clásicos a temprana edad pase a convertirme en ese hombre que no se duerme si no deja la televisión prendida y luego se despierta a las 4 a.m. a apagarla para seguir durmiendo. Mal durmiendo, más bien.
El otro día un guionista de una famosa serie gringa (podría ser ‘House of cards’, pero ni idea) dijo que las series de televisión eran las novelas de nuestra época, pero yo difiero. La televisión dopa, los libros abren la mente, y no lo digo por ser cliché. Uno se acuerda de los libros que leyó pero no necesariamente de las cosas que vio, porque leer implica hacer un esfuerzo por pintarse la escena, mientras que en la TV lo dan todo digerido y así no tiene gracia.
Pero no puedo hacer nada, soy adicto hasta a esas películas que vienen dobladas en español y que constituyen una falta de respeto a los televidentes fieles. Doblada al español hasta ‘El Padrino’ parece hecha por Dago García. Una vez le pregunté al ejecutivo de un canal extranjero por qué las doblaban en vez de ponerlas con subtítulos y me dijo que porque el nivel de alfabetización en Latinoamérica era muy bajo, pero también porque la gente veía películas mientras comía, y que resultaba más fácil comer y oír que comer y ver. Lo dicho, somos unos adictos y nos tratan como tal.
Lo bueno es que me voy a casar (a la fecha sigue firme el compromiso) y he acordado con quien será mi esposa que no tendremos televisión en el cuarto. No es necesaria, la verdad. Se duerme mejor y se lee más, también se habla más y eso es clave, en especial ahora que está tan en boga eso de hablar con la pareja para no matar la relación. Y yo quiero que mi matrimonio dure, de corazón; quiero hijos, nietos, una mascota, todo el paquete, y ningún Jota Mario Valencia en HD me va a romper ese sueño.
Publicada en la edición de mayo de la revista Enter. www.enter.co